miércoles, 10 de febrero de 2016

EN LAS MONTAÑAS DE LA LOCURA (Y II)

RUTA DE DOS DÍAS DESDE EL MIRADOR DEL CABLE AL REFUGIO DE COLLADO JERMOSO, Y REGRESO

Actividad: Segundo día. Ruta lineal desde el Refugio de Collado Jermoso hasta el Mirador del Cable, por la cumbre del Llambrión.
Longitud: 10,04 km
Desnivel acumulado subiendo: 820 metros
Desnivel acumulado bajando: 1.100 metros
Altitud máxima: 2.696 msnm
Altitud mínima: 1.905 msnm
Duración: 6h 41 min.
Fecha: 7 de Septiembre de 2014
Fotos: V. Díaz, O. Pérez y T. Labella


Nos divertimos con las montañas. Sufrimos con ellas. Por absurdo que pueda resultar, las penalidades son la esencia de cualquier actividad montañera que se precie. La gracia está, precisamente, en aproximarse a los propios límites, como el niño que se acerca a la hoguera y se embelesa con el baile de las llamas percibiendo más y más el calor en su piel. Hasta que empieza a doler, momento en el que retrocede.

Esta filosofía se traduce en un sinnúmero de situaciones extremas, con frecuencia con final trágico, ocurridas en las alturas. La ratio de mortalidad en el himalayismo supera al de la mayor parte de tipos de cáncer en nuestros días, y basta una ojeada a la sección de alpinismo de cualquier librería para comprobar que se nutre, principalmente, de manuales de supervivencia y de relatos de historias de muertes por congelación, mal de altura, inanición, o simplemente como consecuencia de caídas por barrancos o aplastamientos por aludes. Conviene leer ciertos textos para respetar a la montaña, y para asumir la máxima que enseña que allá arriba, como en ningún otro lugar, una retirada a tiempo es una gran victoria.

Peña Santa emergiendo del mar de nubes, desde la cima del Llambrión. Agosto de 2010.



Regresando al Llambrión, El Caminante vuelve a su cumbre favorita, aquélla en la que, por ahora, más se ha aproximado a su propio nivel de incompetencia. Evoca ahora la periperecia vivida cuatro años antes, el día en que la Providencia puso en su camino a un tal Lupicio, un sesentón que, acompañado de un adolescente de su pueblo leonés y pertrechado con un cordino, animaba a cuantos encontraba a seguirle hasta la cima del Llambrión. Acababa de reclutar a un par de madrileños, con nociones básicas de escalada, y no dudó en invitar a El Caminante y a su amigo a unirse a la cordada. El amigo pensó que la lumbre ya le quemaba lo suficiente y renunció, pero El Caminante quiso dar un paso adelante a ver qué tal.



El amigo Lupicio, en el Tiro Callejo. Agosto de 2010.

Aquel día subieron por el Tiro Callejo y después por la chimenea desde el Trasllambrión, hicieron cumbre y luego bajaron por el mismo camino. Fue un momento mágico el vivido en la cumbre, viendo el sol caer hacia la Peña Santa y la niebla subir desde el Cares. La misma niebla, precisamente, que complicó la bajada. Costó trabajo encontrar el camino en el desvío hacia la Palanca y llegaron todos a Collado Jermoso ya de noche, asistidos por la luz de las linternas frontales, con la cena esperando. Estuvo bien.

Cumbre del Llambrión. Agosto de 2010.

Nada más desayunar, El Caminante y sus compañeros echan a andar, partiendo de ese milagro en la montaña que es el Refugio Diego Mella, más conocido como Collado Jermoso.

Refugio Diego Mella. Por detrás, la aguja del Friero.

Un minuto después vuelven la vista atrás para observar cómo un helicóptero toma tierra en las inmediaciones del refugio. Extrañados, son testigos de la evacuación de una persona aparentemente malherida. Este tipo de escenas dejan al alpinista recorriendo con la mirada los barrancos vecinos y prometiéndose no dar un paso en falso. Por suerte, la prensa del día siguiente informaba de que la evacuación se debía, sin más, a una apendicitis inoportuna.











La jornada comienza por el conocido camino de las Colladinas. Al pie de los farallones que resguardan el macizo del Llambrión, una señal desastrada a la izquierda avisa de que hay que tomar un sendero desgastado que allí nace. Jalonado de marcas amarillas, serpentea hasta alcanzar un embudo de piedra, donde una pequeña trepada remonta la morrena frontal del Hoyo del Llambrión, donde se encuentra el cruce de la Palanca. En efecto, a la izquierda queda el camino hitado hacia la Torre de la Palanca, también recorrido en aquel verano de 2010.


Camino hacia las Colladinas. Arriba, estribaciones del Llambrión.
Subiendo bajo la atenta mirada de las cabras.
Vista hacia atrás.
El marcado sendero a los pies de la Torre Peñalba.
En el cruce. Se adivina el camino hacia la Torre de la Palanca en la pedrera del fondo.
Vira la ruta al Llambrión casi en ángulo recto, buscando ahora el Este por el caótico jou, atravesando puentes de piedra sobre hoyos profundísimos que albergan heleros perpetuos en su interior, y en poco tiempo se alcanza la base de este imponente anfiteatro de piedra.

Dos son las alternativas al llegar al pie del nevero más grande de este circo: a la izquierda, vencer trabajosamente la pedrera buscando el complicado paso del Tiro Callejo, con su bloque de piedra empotrado antes de la trepada final hasta el collado que da al Hoyo del Trasllambrión; a la derecha, afrontar de cara el desnivel de la pared junto al borde del nevero y perderse por la canal siguiendo las marcas amarillas. La segunda opción es la elegida.


Encarando la subida desde el nevero del Llambrión.

Las montañas no son sólo piedras. Son también flores, insectos, hielo, vertebrados y polvo. Y son palabras. El topónimo Llambrión deriva de llambria, sustantivo que alude a la parte de una roca que presenta gran inclinación. El superlativo en este caso hace justicia a este gigante de caliza, que no podía tener un nombre más sonoro y rotundo, más masculino y prepotente. Su enormidad intimida, es cierto, pero también cautiva. Y su apariencia infranqueable en la distancia, como ya ha ocurrido en otros trances montañeros, va mutándose en la cercanía, mostrando indicios de vulnerabilidad, tan leves que sería una temeridad subir sin la referencia de los trazos amarillos que señalan una ruta abierta por los pioneros de las alturas hace no muchas décadas.


La llambria interminable del Llambrión.

Más palabras. Si el sustantivo es llambria, el epíteto redundante es pindia, que es como por estas tierras adjetivan a las pendientes exageradas. La pindia ladera exige ayudarse con las manos, pero tiene buenos agarres y una formidable adherencia en seco, y no presenta más peligro, por ahora, que el ocasionado por la caída de piedras sueltas provocada por los compañeros de cordada.


Remontando la pindia canal.

Tras el subidón inicial, la vía se arrima a la derecha, hacia donde súbitamente se acaba la montaña en un cortado que quita la respiración. Es un balcón hacia la vertiente leonesa, en el que se distingue, diminuto, el Refugio de Collado Jermoso, encaramado en los escarpes que suben desde el Argayo Congosto.


Vistas hacia el Macizo Occidental y Valdeón. Mucho patio.

Una pared de dos o tres metros se interpone en el camino, y El Caminante duda. Deja pasar a sus amigos primero. Ahora le toca. Estira la mano derecha, se agarra, y haciendo fuerza con el pie izquierdo, se impulsa hasta apoyar el derecho en un resalte. Busca ahora una presa para la mano izquierda. Prueba varias ubicaciones. Titubea. Se descuelga de nuevo hasta la base de la pared. No está seguro.


Afrontando el muro.


Desde la estabiidad de la repisa, un segundo examen visual pone de manifiesto que no es un tramo complicado. Es aéreo, sin discusión; con mucho patio, como se suele decir en el argot de las cumbres. La incertidumbre reside en lo que vendrá después, el paso expuesto. Con la misma facilidad con el ánimo se diluye, al poco se recompone, y la duda deja paso a la firmeza. Será la adrenalina. O tal vez es que la cordura se desvanece, como es natural en estas montañas de la locura. Diez segundos después, vencido el obstáculo, los pies se asientan en la terraza superior, donde los otros esperan.


Salida del muro por la parte superior. Obstáculo superado.
Si la vía normal del Everest tiene el escalón de Hillary, y el Aneto tiene el paso de Mahoma, es conocido que la ascensión al Llambrión por las marcas amarillas tiene el paso expuesto, en el que se atraviesa un plano inclinado hacia el abismo que ofrece una caída libre de un kilómetro en vertical hasta el fondo del valle. Son apenas siete u ocho metros. Este tramo, que sería un juego de niños si estuviese unos palmos por encima de la arena de una playa, plantea un reto psicológico que se atraganta a algunos de los que hasta aquí llegan, empujándoles hacia una sabia retirada, hazaña igual de meritoria, o más, que la de quienes hacen cumbre.


Agarrado a la llambria en el paso expuesto.


Un mal paso puede tener consecuencias fatales.

Es un momento para inmortalizar, pero las fotografías no recogen fielmente, como suele ocurrir, la inmensidad del panorama que allí se disfruta.


Reto superado.

Superado ese trance, se acaban las marcas amarillas, pero hay hitos de cuando en cuando, y el trayecto de subida no es difícil de seguir (sí es fácil extraviarse en la bajada, si no se conoce la subida). Enseguida se alcanza un collado encajado entre el Llambrión y la Torre Casiano del Prado, donde se toma a la izquierda buscando la cumbre. El mojón cimero sirve de referencia en una parte final empinada pero sin complicaciones, que invita a ayudarse con las manos.


Torre Casiano del Prado.
Alcanzando la cumbre.
Vértice geodésico y buzón de cumbre.
Buzón colocado por el Grupo Alpino Zorroza.


Otra muesca en la culata.
Volutas de nubes se agarran a la montaña y después se desprenden, permitiendo a ratos divisar lo mejor de los Picos de Europa. Como suele ocurrir, no hay mucho margen para gozar de las vistas. El tiempo se echa encima y, lo que es peor, se anuncian lluvias al caer la tarde.


Macizo de Peña Santa.
A la izquierda, la mole de Torrecerredo. En el centro, el Urriellu.
La intención era prolongar la ruta por el cresterío del Llambrión hasta el Tiro Callejo. Pero hay que salvar un par de brechas complicadas con destrepes ciegos peligrosos si no se conocen, y después de muchas vueltas, no aparece un camino seguro. Viéndose enriscados, hay que recurrir al plan B.


Enriscados.
La segunda opción es la de descender por la chimenea que da al Trasllambrión, alternativa que también requiere que el montañero tenga fe para descolgarse de espaldas por un muro extraplomado de unos tres metros con mucho patio. No es complicado encontrar la chimenea desde arriba si ya se subió por ella antes. En caso contrario, se debe buscar en la cresta, a unos ocho o diez metros del vértice geodésico, en dirección hacia el Tiro Callejo, en una terraza inclinada que da vistas al Norte, hacia el Jou Grande.


Terraza inclinada. La chimenea está a la derecha (semitapada por la roca en primer término).
Como decíamos, hace falta decisión para emprender el descenso marcha atrás. Es más fácil si se aborda lateralmente, desde el flanco izquierdo (o derecho al ponernos de espaldas). El muro tiene infinidad de agarres y una vez que se consigue "entrar", es sencillo ir bajando hasta la primera repisa, a unos tres metros por debajo.


Modo en el que debe abordarse el destrepe, entrando desde la izquierda.
Perspectiva desde arriba, donde se aprecia que es un tramo muy aéreo.
El segundo tramo de la chimenea tiene otros dos destrepes más asequibles, siendo la mayor dificultad la propia estrechez de la chimenea, que hace aconsejable descolgar las mochilas por separado.


Entrando en el tramo estrecho de la chimena. Conviene quitarse las mochilas para no engancharse con los salientes de roca.

Al pie de esta angosta vía, una pedrera conduce hacia el nevero principal del Trasllambrión, que puede atravesarse o rodearse, dependiendo de las condiciones. Es muy frecuente que en esta umbría perpetua sea complicado cruzarlo sin crampones.

En el nevero del Trasllambrión,

Una sucesión infinita de graderíos y torcas acompañan la bajada desde el Hoyo del Trasllambrión hacia la parte superior del Jou Grande, al que no hay que descender. Enfrente queda la línea de cumbres que desde el Tesorero se extiende hacia el macizo de Torrecerredo y Cabrones. En el centro, el Naranjo de Bulnes, inconfundible.


El Picu, emergiendo en segundo plano.


Peligrosa torca

Perdiendo la menor altura posible, la ruta busca la Collada Blanca, puerta de acceso a los desordenados Hoyos Sengros, donde una travesía incómoda al abrigo del Pico Tesorero conduce a las inmediaciones de Cabaña Verónica.


Bajando a Cabaña Verónica desde los Hoyos Sengros.

El regreso al Mirador del Cable sigue el mismo camino de la primera jornada, en sentido inverso. Es momento de apurar el paso, se percibe que la tempestad está próxima.

Superada la Horcadina de Covarrobres, ya llegando al teleférico, empieza una tromba de agua y viento, que en este terreno firme no tiene mayores consecuencias que una pequeña mojadura. Es como si el Llambrión nos quisiese decir que hoy nos ha perdonado la vida, recordándonos nuestra insignificancia, nuestra pequeñez de hormiga en estas montañas de la locura.


El Llambrión. Agosto de 2010.

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